miércoles, 27 de octubre de 2010

El péndulo

Por: Alfredo Molano Bravo


UN SIGLO DESPUÉS DE QUE LA MARIhuana fuera declarada
ilegal en California, el próximo 2 de noviembre la yerba podría ser legalizada
en ese Estado, el más rico y liberal de EE.UU., donde la revolución mexicana
había despertado antipatías, a comienzos del siglo XX, sobre todo por la
posibilidad de la expropiación de tierras de empresarios norteamericanos, uno de
los cuales era ni más ni menos que el señor Hearst, magnate de la prensa y
creador del amarillismo, que Orson Welles retrató en El ciudadano Kane.

La imagen del mexicano borracho, flojo, tramposo, fue fabricada en sus
periódicos y sirvió como caballito de batalla para que a partir de 1937 la
marihuana fuera prohibida en EE.UU. En 1962 Washington logró que la Convención
Mundial de Drogas de Naciones Unidas la considerara un narcótico ilegal, lo que
no impidió que fuera, junto con el opio y la coca, la droga que consumían las
fuerzas norteamericanas para luchar en Vietnam. Y por allí nos llegó a nosotros.
Ex combatientes norteamericanos asociados a contrabandistas costeños fueron los
padres fundadores del narcotráfico en el país. De ser un insumo de guerra, la
marihuana pasó a ser el objetivo militar de la guerra contra las drogas
decretada en septiembre de 1989 por Bush padre; dos meses después cayó el Muro
de Berlín.


Desde entonces, la droga sustituyó el comunismo, el oso ruso, la amenaza
soviética. El presidente Barco ratificó el Tratado de Extradición con EE.UU. La
respuesta del narcotráfico fue violenta: bombas en supermercados, aviones,
cuarteles. Sus ondas explosivas no han cesado. La extradición obliga al
narcotráfico a un pacto tácito: bajas de guerrilleros a cambio de embarques
coronados. El paramilitarismo se tomó el país entero. La guerrilla se fortaleció
con la ilegalidad de la marihuana, la cocaína y la heroína. Los gastos de guerra
contra el narcotráfico, la guerrilla y la delincuencia común que el Estado,
convertido en una máquina de represión, debió asumir, se dispararon. Todo bien
es susceptible de ser convertido en una vitualla, en un objeto de extorsión, en
un insumo de guerra. La motosierra, los cilindros bomba, las minas quiebrapatas,
los bombardeos indiscriminados, los secuestros, los falsos positivos, las
desapariciones forzadas, todo lo que todos sabemos y queremos olvidar debe ser
abonado en la cuenta de la ilegalización de la droga.


La guerra contra la droga —inútil y sangrienta— ha hecho crisis en México.
Las cifras son pavorosas: entre 2006 y 2010 se contabilizan 28.000 asesinatos.
El aumento de la violencia está asociado a la vinculación del Ejército a la
lucha. México exporta 20.000 toneladas de marihuana a EE.UU. La sangre amenaza
con pasar la frontera y convertirse en un conflicto interno. En Oakland la
marihuana ya fue legalizada por razones pragmáticas e ideológicas. En
California, que tiene un gigantesco déficit fiscal, el 56% de sus ciudadanos son
partidarios de legalizar la marihuana. Si el referendo es aprobado, todo
ciudadano podría poseer 28 gramos y cultivar hasta dos metros cuadrados de
yerba. Los impuestos que recibiría el Estado podrían ser del orden de 1,2
billones de dólares al año. Si el referendo de noviembre aprueba la
legalización, el presidente Obama tendrá un hueso duro de roer, a pesar de que
el tema no ha trascendido a las elecciones legislativas que tendrán lugar el
mismo día. Se gane o se pierda la votación, lo que no se puede poner en duda es
que el péndulo ha comenzado a moverse en contra de la absurda prohibición de la
droga y por tanto es una esperanza de que la guerra, por lo menos la nuestra, se
debilite.

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